miércoles, 17 de abril de 2013


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Autor: Fernando Londoño Hoyos
Fuente:
 Periódico Debate
Fecha:
 15/04/2013

Sacar del monte a los peores bandidos que en el mundo han sido para traerlos al Congreso, olvidando los niños reclutados, los secuestrados, los mutilados, los pueblos destruidos, los extorsionados, los asesinados, los desplazados, no es una idea que guste. Y por eso no marchamos, Ministro. Una dramática e insobornable realidad que usted no puede derrotar a punta de mentiras. Como esa, la del millón de manifestantes del 9 de abril.

Entenderá, querido lector, que queremos evitar los vocablos con que nuestro idioma condena a quienes faltan a la verdad. Decirle mentiroso a un Ministro es cosa que uno quiere evitar a toda costa. Así se lo merezca, como el Ministro Fernando Carrillo se lo merece de sobra. Si usted tuvo la paciencia de leer la columna de Carrillo en EL TIEMPO,  a la que le puso el pomposo título de “La paz se asoma en el horizonte”, habrá sentido lo mismo que nosotros, una irreprimible mezcla de pesar, vergüenza  e indignación.

Al Ministro no le enseñaron las reglas más elementales de la gramática castellana, o faltó a las clases cuando se tocó el decisivo tema de la puntuación. No sabe dónde poner un punto, o una coma y tanto menos, lo que es más complejo, un punto y coma. Eso le dificulta expresarse por escrito y a los lectores se nos vuelve imposible entenderlo.

Pero el esfuerzo hay que hacerlo. Para sacar en claro la base de su pobre razonamiento, que es la presencia en las calles, durante la manifestación castro chavista del 9 de abril, de un millón de personas que “caminaron, hombro a hombro, con el presidente de la República, Juan Manuel Santos a la cabeza, para demostrar su apoyo a la negociación con las Farc en La Habana”.

Usted no puede engañar, señor Ministro, a un país al que le consta que lo que usted dice no es una exageración, sino una grosera mentira. Las marchas en la provincia resultaron inexistentes. En Medellín no alcanzaron los manifestantes a los 800; en la plazoleta de San Francisco en Cali, no pasaron de 300; en Cartagena no caminaron doscientos; en Barranquilla no se atrevieron a salir a la calle, para no hacer el “oso”, como llaman hoy los jóvenes al ridículo; lo mismo pasó en Manizales, y en Neiva y en Ibagué; en Tunja llenaron la plaza con los niños de los colegios; en Cúcuta, como dijo alguien graciosamente a propósito del desastre de Cali, la marcha no terminó, porque tampoco empezó. Su gloriosa marcha fue un desastre, Ministro, a pesar de que alcaldes y gobernadores prometieron mover las masas, en apoyo a la mermelada que les tienen prometida.

Le queda al Ministro la apoteosis de Bogotá. Notará el lector la ironía con que usamos la palabra con que los romanos recibían a sus héroes victoriosos. Porque lo de Bogotá fue tan deprimente como pueda imaginarse algo que deprime. Las FARC financiaron el viaje a Bogotá, desde el Cauca, y el Catatumbo, y el sur de Bolívar, y desde Caldas y Antioquia, más de mil buses que llegaron con su abrumada carga de unas treinta mil personas, en su mayoría forzadas, y en alguna exigua parte por ingenuos gustosos de conocer gratis a Bogotá, con pasaje, tamales y refrigerios de encima.

Treinta mil personas son las que caben en la Plaza de Bolívar, Ministro, tal como la plaza se mostró en su momento culminante. Pero le regalamos diez o quince mil, para ser generosos, y verá que esta ciudad de ocho millones de habitantes no aportó más de quince mil a su gloriosa marcha. No le marcharon ni los empleados públicos, ni los suyos, ni los de Petro. Y los del Fiscal no alcanzaron para tapar el fiasco.

Nos quedaban los seis mil miembros de la Fuerza Pública, que obligaron a un plantón infame, grotesco, abusivo, para meter en política, a favor de las FARC, sus mortales enemigos, y a favor de la política del Presidente, a quienes por mandato constitucional no pueden participar en ella.

Nadie cree en la patraña de La Habana. En esa entrega a las FARC que Santos tiene planeada para descrestar calentanos y embobar majaderos, con tal de aspirar a su reelección. Sacar del monte a los peores bandidos que en el mundo han sido para traerlos al Congreso, olvidando los niños reclutados, los secuestrados, los mutilados, los pueblos destruidos, los extorsionados, los asesinados, los desplazados, no es una idea que guste. Y por eso no marchamos, Ministro. Una dramática e insobornable realidad que usted no puede derrotar a punta de mentiras. Como esa, la del millón de manifestantes del 9 de abril.

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