lunes, 3 de junio de 2013

Los militares frente al proceso de paz con las FARC

LOS COSTOS DE LOS DIÁLOGOS DE LA HABANA

Mayor General Víctor Álvarez Vargas
Miembro del CCPPM del Cuerpo de Generales y Almirantes

A la luz de los actuales acontecimientos resulta conveniente hacer algunas reflexiones sobre lo dicho en un análisis publicado del 22 de Noviembre del 2012 por el CCPPM[1], en donde se decía:

 “Las FARC se dieron cuenta que están en el mejor momento para aceptar un proceso de paz honroso, que los deja libres de pecado, y así poder participar libremente en política legal, no sin antes decirle al país, una y otra vez, las causas que consideran que los llevaron a tomar las armas y sus propósitos “nobles” para solucionar todos los problemas del país; pero esto no lo harán hasta que no perciban que su aparato político les garantice que el poder está a su alcance”.

Para lograr una ventaja estratégica las FARC plantean posiciones duras que manejan en un doble discurso: conciliatorio y ajustado al preacuerdo ante los negociadores en la mesa y radical y malintencionado ante los medios de comunicación, con el propósito de ganar la confianza de los colombianos desprevenidos. Así quedó demostrado al final del primer acuerdo (acceso y uso de la tierra), en el cual renunciaron a sus radicales posiciones ante los medios, a cambio de un logro político importantísimo, al obtener, así sea en el papel, la reforma rural integral, la que el Estado no ha podido hacer en los últimos cincuenta años.

¿De qué lado creen que quedó el partido en el primer tiempo?  Como parte de su estrategia y con el argumento de no aceptar una “paz exprés”, como la han denominado, seguirán dilatando el proceso, a fin de dar tiempo a su aparato político y propagandístico de fortalecerse, para lo cual resulta apropiada la tradicional y perversa combinación de todas las formas de lucha, mediante la que, a través del terrorismo y uso de las armas, mantienen vigente su presencia, mientras generan en la ciudadanía la necesidad de llegar a un acuerdo de paz. 

Las FARC siempre han demostrado una extraordinaria habilidad para aprovechar y sacar ventaja de las oportunidades que les brinda el sistema, aprovechando el sincero anhelo de paz de todos los colombianos y las ambiciones políticas de la clase dirigente. En el supuesto de que un acuerdo con el grupo terrorista va a poner fin a la violencia, la idea que quieren vender resulta fascinante y seductora para colombianos y extranjeros, ansiosos de ella pero desprevenidos de las verdaderas intenciones y sus consecuencias, ya que el terrorismo, como estrategia, se trasladaría a otros protagonistas. Las FARC han manifestado en repetidas oportunidades que los acuerdos de paz son un paso estratégico hacia la toma del poder, pero los colombianos no quieren creerlo.

Las FARC no pretenden renunciar a sus pretensiones de más de medio siglo y han convencido a los colombianos que ahora van tras sus postulados a través de la participación política. ¡Qué equivocados están los que así lo creen! El sistema electoral existente no es trasparente, los votos se compran y cuando no, se sujetan a la presión armada en muchas regiones del país. ¿Por quién votarían los habitantes de las zonas donde tuvo predomino las FARC tantos años y qué países financiarán  la campaña política del nuevo partido?

Debido a la corrupción, la falta de liderazgo, la pérdida de los principios y de identidad en sus postulados, la clase política ha sufrido un gran desgaste y muestra un grave deterioro en su credibilidad en los últimos años. La falta de cohesión, producto del sistema electoral, falta de lealtad y componendas burocráticas, han llevado a que minorías de izquierda se impongan en los procesos electorales, como lo ocurrido con la alcaldía de Bogotá. Frente a eso, nos preguntamos, ¿Estarán preparados los dirigentes de los partidos tradicionales para enfrentar una izquierda unida, con el apoyo de los supuestos desmovilizados de las FARC y otros grupos que sigan este camino?

Dentro de este proceder de la clase política, que se ha vuelto habitual desde hace ya por lo menos un cuarto de siglo, en que la prudencia cede el puesto a las ambiciones personales, no sería de extrañar que surjan alianzas con los terroristas supuestamente arrepentidos, con el fin de ganar curules y mantenerse en el poder.

Hablando de costos, ¿qué le espera a las Fuerzas Armadas? Si bien el Presidente Santos ha dicho que no se tocará la estructura y doctrina de la Fuerza Pública, sus promesas no tienen ya ninguna credibilidad ante el país. En este proceso de paz, durante más de un año en que afirmó no estar negociando con las FARC, secretamente adelantaba con su hermano y dos de los actuales delegatarios, diálogos en la Habana con los terroristas.

En el punto tres, numeral cinco de la secreta negociación se estableció que “El gobierno nacional revisará y hará las reformas institucionales necesarias para hacer frente a los retos de la construcción de la paz”. En el lenguaje convencional de los políticos y frente a la permanente deslealtad, hoy norma de conducta y, como ya lo han reclamado los terroristas, una drástica reforma y reducción de las Fuerzas Militares viene en camino. Y, aunque no lo fuera, ¿Cuál sería la suerte de éstas en caso de que las FARC llegaran al poder? y cabe preguntarse si saldrá el Estado colombiano a defender a los militares ante las acusaciones de los "nuevos congresistas" y de las cortes internacionales en el futuro. Para despejar estas dudas basta conocer lo que está sucediendo en otros países del cono sur y Centro América.

Sin ir demasiado lejos, ya el Fiscal General fijó su posición de olvidar, frente a los delitos de lesa humanidad cometidos por las FARC, mientras que para los militares argumentó ser problema del Congreso; sin embargo, en diciembre de 2012 expidió la Directiva 001, por la cual se crea la Unidad de Análisis y Contexto, cuya finalidad no es otra que perseguir a los mandos militares y policías, como los más altos responsables de los delitos más representativos en los últimos años, lo que se refleja en el llamamiento a indagatoria y detención diaria de militares de alta graduación.

Y qué decir de la intromisión y falta de respeto de la Alta Comisionada de los Derechos Humanos de la ONU y otras organizaciones internacionales, a las que les hemos dado patente de corso a través de los acuerdos firmados por Colombia respecto de los DDHH.

Con todos estos mensajes no pinta muy halagüeño el futuro de los militares que enfrentamos a los narcoterroristas de las FARC en los últimos cuarenta años, como tampoco lo pinta el de Colombia de seguir en el camino que dicta la estrategia artera de las FARC y el acomodo de la clase dirigente del país.



[1]  Centro Colombiano de Pensamiento Político Militar, adscrito al Cuerpo de Generales y Almirantes de las FFMM. (http://www.pensamientopolitico-militar.blogspot.com/).