El Presidente, una
revista y el Ejército
Por: Darío Acevedo Carmona |
Elespectador.com
Colombia es un país de
sorpresas y de situaciones inauditas. Lo ocurrido con el ejército colombiano
constata lo dicho.
Que las decisiones sobre relevos en
la cúpula militar dependan de crónicas periodísticas, que el jefe supremo de la
fuerza pública, por mandato constitucional, tome decisiones dando por ciertas
las informaciones de una revista dirigida por su sobrino, sorprende y asusta.
Las dos denuncias recientes de la
revista Semana, la de las actividades de inteligencia u “Operación Andrómeda” y
la de los casos de corrupción de altos oficiales podrían ser vistas como fruto
de investigaciones minuciosas, “objetivas”, “independientes”, compromiso ético
y cumplimiento de la función periodística.
El presidente Santos dio credibilidad
total y plena a las crónicas de Semana, apartó de sus cargos a dos generales
responsables de la operación, exigió investigación interna, habló de la
intervención de “fuerzas oscuras”, aunque al día siguiente, hubo de corregir al
reconocer que las actividades de inteligencia eran legales. Pero, el daño quedó
hecho.
Ante la segunda denuncia la reacción del presidente Santos fue todavía más
desconcertante. Llamó a calificar servicios a varios generales de distintas
fuerzas por no haber realizado los controles debidos para evitar la corrupción,
y, llamó a calificar servicios al comandante general de las fuerzas militares,
el general Barrero, que había llegado al cargo en agosto de 2013, precedido de
una aureola de lealtad, entrega, sacrificio y servicios a la patria. No salió
por acusaciones de corrupción sino por una desafortunada frase dicha de manera
privada, vía telefónica, a un alto oficial involucrado en los “falsos
positivos”.
En nombre pues, del honor militar y
de la buena imagen, el presidente optó por sacrificar generales y coroneles,
sin fórmula de juicio, sin darles la oportunidad de ser escuchados, mucho menos
de defenderse o de tener derecho al debido proceso. De buenas a primeras,
oficiales con una hoja de servicios de 35 o más años se encuentran de bruces en
el asfalto, cargando el fardo de la mala fama y de la deshonra.
Yo no voy a defender a priori a
ninguno de ellos, pero, tampoco voy a hacerle coro a una revista que no actúa
con transparencia ni al grupito de columnistas e intelectuales a quienes el
uniforme militar institucional les produce urticaria y vómito. Creo que, como
en toda comunidad u organización compleja, en particular, como es el ejército
nacional, pueden darse casos de corrupción y violación de normas del servicio,
disciplinarias y éticas que merecen ser investigadas y, comprobada la culpa,
sancionadas.
Pero, la carrera militar está rodeada
de ingratitud, cualquier falla, desliz, arbitrariedad o infracción puede dar al
traste con toda una trayectoria. Más allá, la carrera militar en un país con
tantos retos y peligros de grupos armados irregulares que apelan de forma
sistemática a la violencia contra las instituciones y la sociedad, puede
tornarse dramática y azarosa.
Los gobernantes les dan la orden de
hacer inteligencia, por ejemplo, para luego despedirlos a las patadas porque un
medio o una Ong entabla denuncias. Les ordenan hacerle la guerra al terrorismo
y a la vez les imponen un cúmulo de condicionantes y les montan un batallón
judicial que les dicen cómo deben hacer la guerra como si no hubiese guerra,
luego, les exigen resultados y, por último, se pueden ver involucrados en
campañas de propaganda y denuncias de sus enemigos jurados, que se traduce en
llamados a calificar servicios y muchas veces en la cárcel antes de ser
vencidos en juicio.
Está muy bien que se adelanten investigaciones a aquellos oficiales y agentes
que violen las leyes o que abusen de sus galones y de su autoridad por
corrupción o por el afán de ganar albricias con falsos positivos. Pero, lo que
es inadmisible es que se les niegue el derecho elemental de hablar, ofrecer
explicaciones y defenderse. Es una situación insostenible: tienen en sus manos
la defensa del país y son tratados como ciudadanos de segunda.
Estos dos últimos episodios dejan
muchas dudas, además del sinsabor en las tropas y su efecto negativo en la
moral de sus integrantes. La revista Semana es dirigida por un sobrino del
presidente Santos, el hijo de Enrique, el principal animador de los diálogos de
La Habana. Es válido preguntarse si el interés de la información era
periodístico o si se trató de una maniobra calculada para sacar del camino a
oficiales críticos. Preguntar por la fuente que proporcionó las grabaciones es
inútil, dirán que existe el derecho a no revelarla. Si la información salió de
la Fiscalía puede constituir una violación de la reserva de sumarios de
militares investigados. ¿Por qué en este coyuntura? ¿Por qué información de
inteligencia recabada por el ejército está en poder de quien ha defendido la
tesis de impunidad de las guerrillas?
Demasiado peligroso y desestimulante
para cualquier oficial la destitución del General Barrero por una conversación
hecha dos años atrás sin que se compruebe que tal frase haya tenido efectos
nocivos constatables y cuando el general no tenía el rango actual. Mucho más
grave y, además, sospechoso, que se denigre así al oficial que diseñó y dirigió
la operación en que fue abatido el comandante máximo de las FARC, Alfonso Cano.
El presidente Santos es el
funcionario público colombiano que más generales, coroneles y otros oficiales
ha descabezado en los últimos años, como ministro de Defensa y presidente.
Demuestra una gran vulnerabilidad a la presión de los medios y al bullicio
propagandístico de ONG caracterizadas por sus prejuicios contra la institución
militar, entre las cuales las hay que sostienen la insólita tesis de que el
estado y su ejército son los únicos que cometen crímenes de guerra, y las
guerrillas no porque no son signatarias del derecho internacional humanitario
ni de los protocolos adicionales de Ginebra.
Suenan hueras las reiteradas declaraciones del presidente sobre su amor y
respeto por la institución más querida y respetada por los colombianos, a la
que tanto ha maltratado y dado señales equívocas.
* Darío Acevedo Carmona
Dirección
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