La historia
no se puede desconocer
Por: MG. Carlos Quiroga Ferreira
Haber permanecido un año en suelo Guatemalteco, pocos
años después de terminado el conflicto y haberlo estudiado, me da cierta
modesta autoridad para hacer algunas reflexiones sobre la paz conseguida en
Guatemala y el proceso de paz en Colombia, que pueden ser de utilidad.
Lo primero que debo decir es que a pesar de las
similitudes que existen entre los dos conflictos armados internos, el que
padeció Guatemala y el que está sufriendo Colombia, contra organizaciones
armadas marxistas, se presentan rasgos que los hacen diferentes, como que en
Guatemala los treinta y seis años de conflicto estuvieron salpicados por
gobiernos militares, lo que no ha ocurrido en Colombia, en el que las Fuerzas
Militares no han detentado el poder y han sido respetuosas del orden
democrático.
En Guatemala se llegó a un acuerdo de paz entre las
guerrillas marxistas, también criminales y terroristas, pero a diferencia de
las Farc y Eln, no narcotizadas; acuerdo que fue sometido a la aprobación de
los guatemaltecos en una consulta popular, que fue negada y sin embargo lo
impusieron, por encima de la voluntad del pueblo.
La historia
El próximo 29 de diciembre de 2013 se cumplen 17
años de la firma de los acuerdos de paz logrados en Guatemala en 1996, antes de
que terminase el primer año de gobierno del Presidente Constitucional Álvaro
Arzú Irigoyen (1996-2000), quien había tomado posesión el 14 de enero de ese
mismo año.
En ceremonia que tuvo lugar en el Palacio Nacional,
con la presencia de importantes personalidades internacionales como el
Secretario General de la Organización de Naciones Unidas (ONU) doctor
Boutros Boutros-Ghalli, el Presidente del gobierno de España, José María Aznar,
representantes del gobierno de Arzú y la mayoría de los jefes de los diferentes
grupos guerrilleros que, por exigencia de Fidel Castro, en Nicaragua
conformaron la Unidad Nacional Revolucionaria Guatemalteca (URNG), se
firmó el Acuerdo de Paz Firme y Duradera, con lo cual terminó una larga
negociación que se inició en 1988, promovida por el gobierno de Vinicio Cerezo
Arévalo, quien dedicara esfuerzos a tratar de obtener la paz a través de los
Acuerdos de Esquipulas I y II, tras cerca de 36 años de fratricida lucha
interna en la que, queramos o no, tenemos que aceptar que los gobiernos
impidieron la toma del poder por la vía de las armas de organizaciones
marxistas totalitarias, tan de moda en esa época, que contaron con el apoyo
permanente de Cuba, la URSS y sus países satélites, que estuvieron involucrados
en todos los conflictos internos en los países que los sufrieron y aún hoy en
día, lo están, como es el caso de Colombia; confrontación que al final se puede
catalogar de inútil para los grupos terroristas, desde el punto de vista armado,
más no en lo político, han alcanzado dividendos políticos y llegado al poder
por la vía electoral en algunos países,
después de 15 0 20 años de logrados los acuerdos de paz .
La mayoría de los comandantes guerrilleros
estuvieron presentes en la firma de este acuerdo, porque no asistió el jefe
guerrillero Gaspar Ilom, nombre que empleó Rodrigo Asturias Amado, hijo del
premio Nobel de Literatura Miguel Ángel Asturias, debido a que unos cuantos
días antes él había sido el responsable del cobarde secuestro de la anciana
Olga Alvarado de Novella para canjearla por un guerrillero que había sido
capturado, y en su lugar firmó el acuerdo el doctor Jorge Edilberto Rosal
Meléndez (alias Belisario) jefe de la Comisión Diplomática y Política de la
URNG, de la cual también formo parte Rigoberta Menchú, premio Nobel de Paz y
Eduardo Stein Barillas, quien años más tarde fue ministro de Relaciones
Exteriores del gobierno de Arzú, posteriormente Vicepresidente de la República
en el gobierno de Óscar Berger Perdomo y fue el encargado de organizar la
transmisión del mando del actual presidente, General retirado Otto Pérez
Molina, firmante del acuerdo.
Numerosas personas se opusieron a este acuerdo de paz porque sospechaban que sería ventajoso para los terroristas insurgentes
que, encontrándose ya prácticamente vencidos en el campo de batalla, podrían
salir vencedores políticamente y recuperar su condición legal al amparo de una
amnistía a la que se acogieron algunos, mas no todos, como es el caso de
Rigoberta Menchú, quien no aceptó hacerlo y regresó al país sin haberse acogido
a la amnistía, durante el período del presidente Jorge Serrano Elías, amparada
en su inmerecido premio Nobel.
Como lo mencione anteriormente, la mayor parte del
contenido del acuerdo fue expuesto en una consulta popular y la mayoría de los
votantes se pronunció en contra, porque se desconfiaba de que los guerrilleros
fuesen realmente a deponer las armas y se temía que continuarían con sus
actividades terroristas.
Con el paso del tiempo, desde que las
organizaciones guerrilleras iniciaron la violencia política, cuyo pretexto es siempre
el mismo, alcanzar la reivindicación social y económica, la justicia social, y
desde que se firmaron los acuerdos, años en que la violencia política cesó, la
situación del país ha mejorado un poco con relación a la que había cuando se
levantaron en armas, los acuerdos que se firmaron no se han cumplido del todo y
muchos de los comandantes terroristas encontraron acomodo en los sucesivos
gobiernos, pero principalmente en el del anterior presidente Álvaro Colom
(2008-2012); mientras que en el país
continúan las profundas brechas entre los diferentes sectores de guatemaltecos,
de primacía indígena y se continúa la pobreza en sectores desprotegidos de la
población. Por otro lado, sigue imperando en la vida económica del país un
pequeño sector privilegiado que siempre ha sabido imponer sus intereses y tiene
gran influencia en las decisiones políticas nacionales.
Podemos decir que el Acuerdo de Paz Firme y
Duradera cumplió con uno de los cometidos que era que los terroristas
depusieran, entregaran las armas y pusieran punto final a la su destructiva,
sanguinaria y estéril guerra, desarrollada durante más de tres décadas contra
los guatemaltecos y contra el Estado, pero a cambio de una impunidad total,
error craso, que niega toda justicia, desconoce a las víctimas y coloca a los terroristas en la posición de
triunfadores sin haberlo sido y limpios de toda culpa. En ese momento no
existía la Corte Penal internacional.
Tras 17 años de firmado el Acuerdo, vemos las
consecuencias, militares en la cárcel, investigaciones y juicios contra
militares que continúan, especialmente contra generales, inclusive aquellos que
promovieron los acuerdos, como el General Oscar Mejía Victores, y los
terroristas en la calle, participando en los diferentes gobiernos, mostrándose
como los adalides de los derechos humanos y promoviendo las acusaciones contra
los militares. Para algunos, la firma del Acuerdo, ¡fue bastante!
Es bueno recordar que para lograr su objetivo, el
presidente Arzú contó con la valiosa contribución de su viejo amigo y
Secretario de la Presidencia Gustavo (“El Sholón“) Porras Castejón,
quien había sido militante activo en la guerrilla y había ejecutado uno de los peores actos
terroristas, hacer estallar en la Plaza de la Constitución un automóvil cargado
de explosivos, que causó numerosas muertes.
En el patio principal del Palacio Nacional de la
Cultura se construyó un Monumento a la Paz, que lo constituyen dos manos
abiertas al aire, pero lo curioso es que ambas
manos son izquierdas, como si solamente los sectores de izquierda hubiesen
sido quienes acordaron la paz. El acomodo de la historia por parte de la
izquierda.
El ex presidente Jorge Serrano Elías, exiliado en
Panamá, en entrevista al periódico Prensa Libre, cuando se cumplieron 15 años
de la firma del Acuerdo de Paz Firme y Duradera, dijo que con la simple firma de un
acuerdo se puede obtener el alto al fuego, pero no se obtiene la paz,
porque la guerra puede continuar en otra
forma, lo cual ha ocurrido en Guatemala, donde los guerrilleros se han
infiltrado paulatinamente en el gobierno, sobre todo en el gobierno de
Álvaro Colom, y mantienen una actitud vengativa contra los militares que les habían
prácticamente derrotado en el interior de la República de donde habían
sido expulsados y permanecían en un pequeño espacio que aún sostenían en la
frontera con México. Situación parecida se presenta en Colombia, en que los
terroristas de las Farc estuvieron, militar y políticamente acorralados durante
el gobierno del ex presidente Álvaro Uribe Vélez y el gobierno de Juan Manuel
Santos, les ofreció el salvavidas invitándolos a un proceso de negociación para
alcanzar la paz, que las oxigenó y les hizo creer que en su poderío militar y
político, que seguramente aprovecharan en el futuro, si se logran acuerdos,
para tomar actitudes revanchistas contra quienes los combatieron y les
impidieron la toma del poder por la vía de las armas.
Al momento de la firma de la paz, la Institución
Armada contaba con 45 mil efectivos, más un millón y medio de patrulleros y
comisionados militares, en tanto que las cuatro facciones terroristas sumaban
800 hombres, algunos de los cuales se encontraban arrinconados en la frontera
con México, y otros en unos pocos departamentos del país, desesperados en
medio de las contradicciones de quienes los comandaban. Sin embargo, cuando el Presidente de la República y
Comandante General del Ejército ordenó el repliegue de sus hombres a sus
cuarteles y el cese el fuego, estos obedecieron sin chistar, con auténtica
disciplina militar, a pesar de estar a tan solo un paso de lograr la rendición
incondicional de sus contendientes.
Amparados en los recuentos sesgados de los
acontecimientos durante el conflicto armado interno, tal como sucede en
Colombia con el informe de la Comisión de la Memoria Histórica, los ex guerrilleros han continuado su lucha
contra los militares, particularmente contra algunos que, como los generales
Romeo Lucas García, Benedicto Lucas, Efraín Ríos Montt, Óscar Humberto Mejía
Víctores, Héctor Mario López Fuentes, Mauricio Rodríguez, Ricardo Méndez Ruiz y
otros militares retirados que conforman una larga lista, gracias a que tanto el tristemente célebre compendio de los delitos
contra lesa humanidad que se cometieron durante los 36 años, según el informe
de la Comisión del Esclarecimiento
Histórico como en el Proyecto
Interdiocesano de Recuperación de la Memoria Histórica (REMHI), se
achaca a los gobiernos militares el más elevado número de abusos de poder y
crímenes de lesa humanidad y hasta de genocidio, mientras que no se
señalan los numerosos delitos que cometieron los terroristas procomunistas
porque, como es bien sabido, quienes escribieron ambos informes son
izquierdistas plenamente identificados como simpatizantes y afectos a los
terroristas guerrilleros y decididamente antimilitaristas.
Cualquier parecido con lo que está pasando en
Colombia es pura coincidencia. Los terroristas que habían sido arrinconados en
sus madrigueras en el interior de la selva durante el gobierno del presidente
Álvaro Uribe Vélez, que políticamente se encontraban en el ostracismo, que el
país los rechazaba con contundencia, se ven ante el ofrecimiento de negociaciones
de paz del presidente Santos y el decaimiento político de la Seguridad
Democrática, que les da nuevo aire, ante lo que la Fuerza Pública obedece;
negociaciones en las que han manifestado
abiertamente su intención en contra de las Fuerzas Militares para reducirlas,
modificar su doctrina y alcanzar lo que denominan la desmilitarización de la
sociedad, que no es otra cosa que enviar, a los pocos efectivos militares
que queden, a sus cuarteles para aislarlos de la sociedad, muchos a la cárcel,
como consecuencia de los procesos judiciales con ocasión del conflicto, por los
que nadie se preocupa hoy y menos lo harán en el futuro, pues si cuando eran
necesarios para combatir a los terroristas y mantener la democracia, fueron
maltratados y perseguidos, menos serán tenidos en cuenta y defendidos, firmada
la paz. Ya no le sirven a los gobernantes y a los políticos, si es que no son
reemplazados por terroristas desmovilizados. Dios nos coja confesados y con
suficiente valor para soportar tamaños desafueros, que serán cometidos en aras
de la paz firmada, que darán para todo tipo de medidas, desde su reducción
hasta recortes de presupuesto.
En el Informe de Memoria Histórica, pagado y
avalado por el gobierno de Juan Manuel Santos, quien manifestó que algunos miembros
de la Fuerza Pública eran responsables y pidió públicamente perdón, se traslada
la responsabilidad de lo que sucedió, en más de 50 años de conflicto, a la
Fuerza Pública. Esto da pie para que nos pase exactamente lo que está pasando
en Guatemala, porque seguramente, esos algunos, serán muchos y buscados entre
los comandantes de las diferentes unidades militares a través de los años.
Los Acuerdos y la Paz hoy
Si bien es verdad que la firma del Acuerdo de
Paz Firme y Duradera puso punto final a la confrontación armada y que
muchos de los terroristas depusieron sus armas, no se puede decir que se logró
la paz. ¡Mucho menos una paz firme y duradera! Los asesinatos, asaltos,
robos, secuestros y demás crímenes han aumentado. Como bien dijo el ex
Presidente Arzú, imaginemos lo que sería nuestro país si no se hubiese
terminado la confrontación armada y a ella se hubiese sumado la actual
creciente criminalidad común y el poderoso narcotráfico internacional. De todas
maneras, nadie lo puede negar, se alcanzaron acuerdos para una paz en
Guatemala, país con características sociales, económicas y políticas diferentes
al nuestro, y con la imposición de la ONU, que terminó la confrontación armada,
con total impunidad para los
terroristas, en un momento internacional también diferente, a pesar de
la oposición de quienes decían que la firma de la paz era una treta para
proteger los intereses de los más pudientes y de muchos guatemaltecos que
advirtieron en esa oportunidad que no creían que esa paz fuese a ser ni firme
ni duradera, conociendo el usual comportamiento vengativo y obcecado por sus
ideas totalitarias de marxistas guerrilleros. Y creo que, lamentablemente, no
se equivocaron, porque hay algunos que se empeñan en no aceptar la paz y dejar
para la historia lo ocurrido y hacer a un lado las venganzas, que lo único que
consiguen es continuar la guerra que terminó hace 17 años. De ahí el temor que
nos embarga a gran número de colombianos.
El gobierno colombiano y los militares, deben
analizar lo que aconteció en el cono sur latinoamericano y que se repite hoy en
Guatemala, pues es un aviso claro que se debe tener en cuenta en cualquier
proceso de paz que finalice un conflicto armado desarrollado por más de 50
años. No se puede dejar espacios vacíos, de tal manera que posteriormente, los
terroristas, quienes incitaron, promovieron, realizaron y justificaron la
guerra, terminen como acusadores y los jueces señalando a las FF.MM como
autoras de los actos de violencia perpetrados y sus integrantes condenados, por
ser los únicos responsables de esos
actos, como, por desgracia, está sucediendo en la actualidad, puesto de
presente en el informe de la Comisión de la Memoria Histórica y como lo
pretende el honorable magistrado Pinilla Cogollo del Tribunal Superior de
Medellín, que reescriben y tergiversan la historia, para beneficio de los
terroristas que ellos, presuntamente apadrinan.
En Guatemala y en otros países que padecieron
conflictos internos, los responsables de introducir y difundir tesis políticas marxistas que alentaban la
violencia armada como mecanismo de lucha para acceder al poder, del odio de
clases, organizaciones totalitarias y
antidemocráticas, que pregonaban
la combinación de todas las formas de lucha, no han sido llamados a responder
penalmente por tales hechos, mucho menos quienes empuñaron las armas y fueron
autores materiales de las acciones de terrorismo perpetradas desde los años 60.
En la mayoría de los países, los acuerdos de paz se firmaron con el perdón y
olvido de lo que fueron llamadas “acciones insurgentes”, pero que fueron
acciones criminales y terroristas; se dejó abierta la puerta para juzgar y
condenar a los militares, que en nombre del Estado tuvieron que enfrentar con
las armas a las organizaciones terroristas, para que el Estado prevaleciera y
la democracia pudiera mantenerse.
Justicia
El Marco Jurídico para la Paz, aprobado por el
Congreso, por iniciativa del Gobierno, declarado exequible, con
condicionamientos, por la Corte Constitucional, marco que personalmente
considero de impunidad, establece una simetría, con tratamiento diferencial,
entre los beneficios jurídicos que pueden recibir los terroristas y los que
pueden recibir la Fuerza Pública, no porque, en la mayoría de los casos, sean
responsables, sino porque se nos ha negado una justicia justa por parte de un
aparato judicial infiltrado, que parece la justicia del enemigo, porque se nos quitó
la Justicia Penal Militar. No podemos ocultar que es un avance, en comparación
con lo que paso en otros países con similares conflictos y lo acontecido aquí
mismo en Colombia, con el asalto terrorista al Palacio de Justicia.
En la recuperación militar del Palacio de Justicia
en noviembre de 1986, luego de ser tomado por terroristas del M19, financiados
por el narcotraficante Pablo Escobar Gaviria, que causaron la masacre de un
elevado número de magistrados, trabajadores y visitantes de la edificación, así
como la muerte y lesiones a soldados y policías, quienes debían responder por
la acción criminal fueron objeto de indulto por todos los delitos cometidos y
reintegrados a la sociedad con plenos derechos políticos, mediante los acuerdos
de 1990, contrario a los militares que intervinieron en la acción legítima del
Estado contra el ataque terrorista, que son objeto de persecución judicial por
la desaparición de terroristas y supuestos visitantes, durante las acciones
legales y legitimas llevadas a cabo. (Análisis “ECOS DE GUATEMALA)
No se puede aceptar un proceso de paz que no
determine quiénes fueron los que comenzaron y el porqué de la respuesta del
Estado. Cuando esto no se da, los victimarios, los que comenzaron el conflicto,
pasan a ser las víctimas, lo que sucede en La Habana, aduciendo causas
políticas o ideológicas como legitimación del terrorismo ante la falta de respuesta
del Estado a supuestas o reales injusticias, falta de solución a las
necesidades del pueblo, a las carencias de la sociedad, llamadas injusticias
sociales, con el agravante de que en el curso del conflicto han cooptado e
infiltrado instrumentos del Estado, como el poder judicial y las instituciones
de educación, para cobrar venganza posterior contra quienes les impidieron la
toma del poder como pretendían. (Análisis “ECOS DE GUATEMALA”)
Tal como se señala en el análisis, “Ecos de
Guatemala”, la respuesta del Estado a la creación de las guerrillas comunistas
aprovechándose de reductos de las desmovilizadas guerrillas liberales estuvo
apegada al ordenamiento constitucional y legal, incluso no tuvo la contundencia
merecida por consideraciones políticas de los diferentes gobiernos que no las
vieron como amenaza y luego quisieron congraciarse con ellas a través de
frustrados diálogos y negociaciones hasta el punto de que a partir de 1994 las
Farc pasaron a una nueva etapa de la guerra, denominada guerra de posiciones,
dentro de la guerra popular prolongada, y que en 1996 muchos analistas, llegaron a considerar a
Colombia como un Estado fallido. Gracias al actuar contundente de las Fuerzas Militares, los terroristas fueron
debilitados a tal punto, que se vieron forzados a regresar a la etapa de la
guerra de guerrillas, recuperándose el control territorial en el país y
permitiendo que la democracia liberal no sucumbiera.
En aras de mostrar que Colombia es una democracia
abierta e inclusiva, ha llevado a permitir que la memoria histórica sea escrita
por quienes comparten la ideología de la combinación de todas las formas de
lucha, permitiéndoseles excluir de responsabilidades en los hechos de violencia
a sus auspiciadores y apologistas, a quienes aprovechan la democracia para
desde ella tratar de acabarla, como a quienes conforman las estructuras
criminales, responsables de la desgracia, del dolor y el sufrimiento de los
colombianos, de la prolongación de la pobreza y la miseria, del retardo del
desarrollo, levantando su dedo acusador contra el Estado y sus instituciones
por no haber permitido la violencia política y la toma del poder por las armas,
de tal manera que la historia no ha sido escrita conforme a la verdad fáctica,
convirtiendo las virtudes de la democracia en debilidades.
Como agrega el análisis “Ecos de Guatemala”, así
los narcoterroristas que mediante crímenes de guerra, el asesinato, el
secuestro, la extorsión, el reclutamiento forzado, el reclutamiento de menores,
la colocación de minas antipersona, el desplazamiento de quienes no se pliegan
a sus designios, el despojo de bienes, el terrorismo contra la población, la
violencia generalizada y otras prácticas constitutivas de delitos de lesa
humanidad, han sometido a comunidades indígenas, afroamericanas, humildes
habitantes de apartadas poblaciones, a campesinos y ganaderos durante estos
años, no sólo terminarían exonerados de cualquier responsabilidad por sus
conductas sino convertidos por obra de los acuerdos en los nuevos legisladores
y jueces para perseguir y condenar a quienes no pudieron vencer en el campo de
batalla. El delito, después de los acuerdos, no será el terrorismo sino
el haberse opuesto a él y los crímenes no serán el haber iniciado la violencia
contra el Estado, sino los que se consideren excesos por parte de quienes los
confrontaron.
Esa falta de claridad y definición de
responsabilidades políticas en la génesis de la violencia ya de por sí es una
carga de profundidad contra el mismo proceso que puede ser el embrión de nuevas
violencias, tal como lo dice con meridiana claridad el análisis “Ecos de
Guatemala”.
En ese
marco, como bien lo señala Eduardo Mackenzie en su artículo “La radicalización
de Santos”, las esperanzas de los colombianos de que las Farc sean desarmadas, juzgadas
y castigadas, de que reparen a sus víctimas, de que retiren las minas
antipersonales que han sembrado, de que entreguen sus secuestrados, entreguen
sus cultivos y depósitos de drogas y desmantelen sus redes infiltradas en las
distintas esferas de la sociedad, se han esfumado.
La historia es para estudiarla, pero lo más
importante para no repetirla. Lamentablemente, creo que, con el Presidente
Santos a la cabeza, que busca primordialmente pasar a la historia, ganar un
Nobel de Paz y reelegirse, el apoyo de quienes solo ven una oportunidad de
ganar réditos políticos, parte de la clase política, la izquierda que apoya en
forma abierta y cubierta a los grupos terroristas, los llamados intelectuales, que
no son otra cosa que “la mamertada”
camuflada, y la posición constitucional de subordinación de las Fuerzas
Militares al Comandante Supremo, el Presidente, pero un tanto ciega, porque
desconocen la historia, que piensan y
creen de buena fe en las buenas intenciones de unos y otros; el gobierno
firmará con las Farc y el Eln un acuerdos de paz, que de por si no son malos,
todos queremos la paz, en unas condiciones nada diferentes a los de Guatemala,
que irán por el mismo camino, en el que los únicos culpables de lo que pasó
serán los militares, que serán objeto de las mismas persecuciones judiciales
que ocurren en el país centroamericano, en los momentos actuales. Y si no
miremos las últimas declaraciones de las Farc desde la Habana:
…la necesidad de "desmontar" los mecanismos militares que han
posibilitado el "terrorismo de Estado" en Colombia, como principio
para pactar garantías consensuadas entre las partes que negocian el fin del
conflicto armado y la transición a la paz.
MG (RA) CARLOS O QUIROGA FERREIRA