El juicio
Por Brigadier General (RA) Adolfo Clavijo
Sale el Señor Juez, muy orondo, envuelto en su toga, a ocupar
su estrado judicial; está orgulloso de que le toque impartir justicia. Los
asistentes se ponen de pie en señal de respeto y de acatamiento a la majestad
de la justicia; cuando el Juez se sienta, ellos hacen lo propio. La asistencia está
conformada, entre otros, por el secretario del Juzgado, el fiscal, la defensora,
el representante de la Procuraduría, el acusado y algunos de sus familiares;
unos periodistas, los testigos, unos veinte ‘patos’ y tres damas muy elegantes que
se hallan ubicadas al fondo de la sala.
El sindicado es el señor Lancero, a quien seguramente van a
juzgar por un delito de lesa humanidad, violación a los derechos humanos, y
otros de este tenor. Lancero participó, en calidad de comandante de una
patrulla, en un enfrentamiento contra una organización al margen de la ley, en el
cual la fuerza regular del Estado produjo unas bajas de miembros de un grupo
armado. Muy seguramente también le cobrarán el haber faltado al principio de
proporcionalidad, porque los defensores del Estado eran 18 hombres y el grupo
de bandoleros apenas contaba con 17 y, además, no los llamó antes para
preguntarles cuántos de ellos iban a delinquir, para que la confrontación, como
lo exigen los magistrados, fuera como un partido de fútbol, once contra once, o
de béisbol, nueve contra nueve. También es probable que lo juzguen por exceso
de fuerza porque el grupo de la fuerza regular tenía un fusil más que los
otros. El sindicado presenta como agravantes tres medallas de orden público, un
distintivo de lancero y varios distintivos de cursos de contraguerrilla.
Al señor Lancero se le abrió el expediente cuando la señora
Falsa Denuncia se presentó a la Fiscalía a decir que los muertos en la
operación de la fuerza regular eran unos humildes campesinos que trabajaban por
esos lados; que ellos no eran bandoleros; que ella los conocía desde tiempo
atrás; que las armas que tenían -AK-47, que no usa esa unidad regular-, se las
habían puesto ahí.
Con esta demanda, la Fiscalía abrió el proceso y llamó a
declarar a Falso Testigo y Falso Testimonio, primos hermanos de Falsa Denuncia,
y a doña Montaje de Pruebas. Durante todo el desarrollo de la investigación
estuvo presente, sin intervenir, la señorita Indemnización, acompañada de
miembros de varias ONG y de colectivos de abogados que eran quienes
transportaban y paladeaban a Denuncia, Testigo, Testimonio y Montaje de Pruebas.
En las afueras de la Fiscalía aparece casi todos los días un grupo grande de
supuestos familiares de los sujetos dados de baja, con pancartas y gritos que
reclaman “justicia” y condena inmisericorde para Lancero. Ellos están azuzados
por las ONG y los colectivos de abogados, que presionan para
lograr la condena del Señor Lancero ya que ésta le significará rentabilidad a
Indemnización, quien repartirá las ganancias entre todos; la mayor tajada será
para las ONG y los colectivos, instigadores de los motines.
Cumplidos los rigores de ley en el Juzgado, se dio inicio al
juicio contra Lancero con la intervención del fiscal, abogado Armando Sesgo,
quien leyó el expediente, iniciando con la demanda interpuesta por la señora
Falsa Denuncia y las declaraciones de Falso Testigo, Falso Testimonio y la
demostración que les hizo la campesina Montaje de Pruebas. Eran bastantes los
folios de estas declaraciones, y de ellos se agarró el fiscal para demostrar
que Lancero era culpable de todos los delitos que se le imputaban. Encausó el
caso por los delitos de concierto para delinquir, ejecución extrajuicio y
homicidio en persona protegida, concluyendo su intervención con la solicitud de
36 años de prisión para Lancero y para cada uno de sus 17 subalternos. El
fiscal no leyó, porque no las había aceptado, ninguna prueba a favor del
sindicado: ni la orden de operaciones ni las versiones de otros participantes
en la operación ni las versiones de testigos civiles de la misma. En cambio,
para reforzar sus puntos de vista y sus argumentos, sí leyó unos conceptos del
profesor Ideología, que sostiene que Colombia tendrá paz y desarrollo sólo
cuando gobierne aquí el Socialismo del Siglo XXI. El fiscal se mostró muy partidario
de ese salvador proyecto al que, según él, se le atraviesan las fuerzas del
Estado.
Durante su presentación de cargos, el fiscal Sesgo narró que
varios técnicos en investigaciones estuvieron en el lugar de los hechos,
tomaron y recolectaron las pruebas del caso. Anotó que, en ese momento, al
escenario del crimen se presentó la señora Justicia Penal Militar y trató de
entrometerse en la recolección de datos pero los técnicos no se lo permitieron.
Aunque ella tiene atribuciones legales para actuar en estos casos, desde hace
mucho tiempo no la dejan trabajar. Por falta de injerencia en su especialidad, su
hijito, Fuero Militar, está famélico y moribundo.
Como testigos, el fiscal Sesgo presentó a las mismas personas
que declararon en contra de Lancero. No dijeron nada nuevo pero fueron muy vehementes
en sus exposiciones y se mostraron seguras de su verdad, que, por supuesto, era
amañada; se trataba de un libreto que se sabían de memoria. También presentó a Injuria,
un delincuente narcotraficante que paga una pena de 8 años y que tiene casa por
cárcel porque el juzgado que lo condenó consideró que no es una persona
peligrosa para la sociedad. La pena le fue impuesta por 23 asesinatos que le
comprobaron. En la Fiscalía le aconsejaron a Injuria que se sometiera al
principio de oportunidad, declarando en contra de Lancero, y le prometieron que
si con sus declaraciones en el juicio lograba hundirlo, le rebajarían la pena y
lo mandarían subsidiado al exterior. Injuria se derramó en prosa manifestándole
al juez que él había oído cuando Lancero y sus compañeros planearon el crimen
de los jóvenes, a quienes, según él, conocía como honestos campesinos. La
defensora de Lancero trató de interrogarlo pero siempre que lo intentó el
fiscal protestó y el juez acogió la protesta. En esta forma, todo lo que dijo
se convirtió en prueba verídica contra Lancero.
Le correspondió luego la intervención a la defensa, a cargo
de la doctora Conciencia. Comprobó que la operación adelantada por las fuerzas
regulares fue legítima. Que todos actuaron cumpliendo una orden de operaciones contra
un grupo de reconocidos guerrilleros y que todo se hizo de acuerdo con los
reglamentos y manuales. Demostró que la demanda de doña Falsa Denuncia no tenía
sustento real; que ésta había sido abordada e instruida para presentar la
demanda por miembros de una ONG, enemiga de las fuerzas del orden. Dijo que no
sabía qué le habían ofrecido a cambio. Desbarató una a una las declaraciones
mendaces de Falso Testigo, Falso Testimonio, Montaje de Pruebas e Injuria y comprobó
que las pruebas presentadas en contra de su defendido eran artificiales.
Aseguró que los dados de baja en la operación oficial no eran de la región, por
eso no podían ser conocidos por la demandante ni por los testigos. Sustentó que
las condecoraciones y especialidades de combate de Lancero no eran ninguna expresión
de violencia de una persona sino prueba de que estaba bien preparada para combatir
a las organizaciones narcoterroristas. Convenció a una gran parte de los
asistentes al juicio porque fue contundente y transmitió seguridad en su
exposición; terminó pidiendo la absolución para su defendido.
La abogada Conciencia llevó como testigos a las señoras
Verdad y Realidad. La señora Verdad manifestó que ella conocía muy bien el caso
y que sabía quién mentía y a quién se le podía creer. Explicó al detalle cómo
habían ocurrido los hechos y cómo se habían montado las mentiras y las
falacias. Concluyó manifestando que si se condenaba a Lancero se cometía una
imperdonable injusticia. Luego habló la señora Realidad, que aclaró que si el
juzgamiento que se estaba llevando a cabo no se realizaba con la equidad
requerida, podría entrar a engrosar los casos en que la Rama Judicial se ha
venido desprestigiando al adelantar procesos jurídicos que van en detrimento de
las fuerzas regulares del Estado, como parte de un proceso subversivo que viene
inmerso en el conflicto interno. Aseguró que eso sería gravísimo para la
estabilidad de la nación y para el prestigio de la misma Justicia; que ella
esperaba que en este caso eso no fuera a ocurrir.
En este punto, el juez declaró concluida la audiencia y
convocó para quince días después, dando la fecha exacta, la lectura de la
sentencia. Cabe anotar que las tres distinguidas damas sentadas en los puestos
traseros de la Sala de Audiencias no comentaron nada del juicio pero tomaron atenta
nota de todo lo que aconteció.
A las 8 de la mañana de la fecha señalada se dio comienzo a
la lectura de la sentencia. Asistieron las mismas personas que estuvieron en la
audiencia pública, aunque el número de espectadores aumentó –estudiantes de
derecho de varias universidades. Por supuesto que allí se encontraban las tres
damas que habían asistido al juicio quince días atrás. El juez, abogado de
apellido Saña, tardó tres horas en leer la sentencia, la cual hacía mucho
hincapié en los argumentos del fiscal y en las declaraciones de Falso Testigo,
Falso Testimonio, Montaje de Pruebas e Injuria, dándoles toda la credibilidad
del caso. Leyó un corto párrafo de la intervención de la defensa e invalidó sus
argumentos y los conceptos de las testigos Verdad y Realidad. El texto indicaba
que Lancero era culpable de los delitos de concierto
para delinquir, ejecución extrajuicio y homicidio en persona protegida. En
virtud de lo anterior, el juez le impuso a Lancero la pena de 46 años de
presidio pero le recomendó que se acogiera al principio de oportunidad y
delatara a todos sus superiores, hasta las más altas jerarquías, pues al
hacerlo la pena se le podría reducir notoriamente a la mitad o a menos tiempo.
La defensa protestó muy airada por la condena y manifestó que
interpondría recurso de apelación. El fiscal se mostró satisfecho porque él
había pedido 36 años de prisión para Lancero y le habían impuesto 46. Los
testigos de la fiscalía, las ONG asistentes y los colectivos de abogados se
veían felices, pero la más contenta de todos era doña Indemnización, que se
imaginaba el incremento en sus arcas y la satisfacción de repartir los dineros
que recibieran del Estado entre los que trabajaron para lograr esa condena. La
tristeza y el llanto invadieron a los familiares de Lancero y la perplejidad
brotó en las caras de los estudiantes de derecho presentes en la Sala de
Audiencias. Los periodistas se movían de una parte a otra retratando
impresiones y haciendo reportajes.
Las tres damas, con semblante pálido y mostrando rostros de
incredulidad salieron rápido del juzgado para dirigirse a la casa de la persona
más afectada con este juicio. Cuando llegaron a su destino, la dueña de la casa,
doña Administración de Justicia, que viene cojeando desde hace bastante tiempo
y cada vez se agrava más, y que además tiene un fuerte tic en el lado izquierdo
de la cara, las hizo seguir y con mucha ansiedad las interrogó. Primero, habló
la bella señorita Eficacia, que dijo que ella estaba convencida de que iban a
absolver al uniformado Lancero porque todo conducía a que ese fuera el fallo.
Añadió que lamentaba mucho lo ocurrido porque el procedimiento del fiscal y la
decisión del juez reforzaban el desprestigio por incompetencia e ineptitud que
viene afectando a doña Administración de Justicia desde tiempo atrás, en especial
cuando se procesa a personal militar. Tomó luego la palabra la simpática
señorita Seriedad, para afirmar que los miembros de la justicia colombiana, por
razones políticas o ideológicas, siguen jugando con algo tan sagrado como es
impartir justicia. Agregó que el desarrollo y la conclusión de este caso le
hacen mucho daño a doña Administración, y se mostró preocupada por la
posibilidad de que se le incrementen la cojera y el tic. Por último habló la
agradable señorita Ecuanimidad, para afirmar que en este caso no había habido
nada de justicia. Que ella sabe cómo se siente doña Administración y el daño
que le va a causar a su salud la inmoralidad de la fiscalía y del juzgado por
ser parcializados. Añadió que con esa forma de actuar los miembros de la
justicia sólo contribuyen a que el conflicto de Colombia siga su curso y se
incrementen la violencia y el terrorismo. Con lágrimas en los ojos, las tres se
abrazaron con doña Administración de Justicia y notaron cómo ella se desvanece
cada vez más.
A los dos días de leída la sentencia, un grupo de miembros de
las ONG presentó demanda para pago de indemnizaciones por lo ocurrido, mientras
otro grupo de ellos tomaba avión con rumbo a San José de Costa Rica con el
propósito de demandar por este caso al Estado colombiano ante la Corte
Interamericana de Derechos Humanos. Se sabe que Colombia nunca ha ganado un
juicio ante esa Corte, teniendo siempre que pagar sumas astronómicas y
humillarse pidiendo perdón y construyendo monumentos insultantes.
Corolario
La metáfora retrata muy bien lo que está mostrando la
justicia colombiana: que está politizada, infiltrada, y que es ineficiente,
ineficaz, sesgada, y que en muchos casos, en especial cuando se trata de
personal militar, actúa con prevención y rencor. Lo grave de esta situación,
además de las injusticias de emitir condenas absolutamente contrarias u opuestas
a los hechos, a la verdad o a la realidad de las circunstancias, es que a sus
miembros los tenga sin cuidado obrar en forma indebida y que no les preocupe el
desprestigio en que caen ellos y la administración de justicia en general.
No obstante, el más perjudicado de todos con esta línea de
comportamiento de la justicia colombiana es el país en general por cuanto, si
la justicia no actúa con la debida probidad, nunca vamos a tener paz en
Colombia.
Bogotá, D.C., marzo de 2012
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