Un escándalo de doble fondo
Por Eduardo Mackenzie
20 de febrero de 2014
Mientras en Venezuela las mayorías
están en la calle sufriendo la metralla del régimen de Maduro y luchando por el
fin del sangriento y ruinoso experimento chavista, en Colombia estalla una
serie de escándalos destinados a fragilizar la fuerza pública que defiende al
país de la amenaza chavista.
Tras la salida en falso de la
operación Andrómeda, que echó a tierra a dos altos y valiosos oficiales
especializados en inteligencia militar, aunque la culpa de éstos no fue
probada, tenemos ahora la sorpresiva destitución de la misma cúpula militar por
motivos muy discutibles. Esos escándalos en ráfagas, además de sospechosos, son
de doble fondo: un escándalo puede esconder otro. Hay un juego entre un
escándalo explícito, provocado por una revista y por el jefe del Ejecutivo, y
otro que algunos quieren hacer invisible.
Nadie puede creer que el presidente
Santos destituyó al General Leonardo Barrero, comandante de las Fuerzas
Militares, exitoso combatiente contra las Farc en el sur del país, por haber
deslizado, en privado, en 2012, una frase ridícula contra unos fiscales.
Santos, empero, escogió ese pretexto para deshacerse de un alto mando. El mismo
admitió que había destituido al General Barrero por una frase. Al hacer tal
cosa, el jefe de Estado incurrió en abuso de poder. Tal movida desnudó
aún más a Santos. ¿Por qué él aceptó correr ese riesgo precisamente ahora?
¿Para cerrar aún más las puertas de su propia reelección?
No se sanciona a nadie por una frase
dicha a una persona y en privado. Desde luego, la frase en cuestión fue torpe y
hasta coja, pero no era más que eso, una frase. El elemento de la publicidad
faltó. Fue un desliz verbal desafortunado. El General Barrero hablaba con un
oficial detenido que se quejaba de irregularidades cometidas contra él por la
Fiscalía. Barrero no le dio una orden, ni una instrucción. Su frase no fue un
acto de servicio. No fue un acto de insubordinación. Fue un comentario suelto,
que él repudia y por el cual pidió excusas. Fue una frase como las hay por
miles cada día en todos los niveles del Estado y del gobierno. En los pasillos
de los ministerios, en los mails y en las conversaciones telefónicas.
La diferencia es que alguien escuchó
ilegalmente esa frase, la disecó, la estudió y la envió a otro para que cayera
un día (parece que en 2012) a la Comisión de Acusaciones del Congreso. Y la
volvió a sacar ahora para que la revista Semana la transformara en un espectro amenazante, en un crimen de Estado,
en medio de una campaña electoral.
Esa revista aceptó, como otras veces,
hacer parte de esa obscura intriga –quizás no está en posibilidad de decirle no
a ese actor secreto-- y redactó de manera capciosa ese folletón.
Aprovechando la inconmensurable fragilidad institucional del país, logró
desatar así uno de los golpes más injustos de los últimos años contra los
servicios de defensa de Colombia.
Es obvio que ese actor misterioso
debe tener en remojo decenas de otras frases indiscretas de sus propios amigos.
Y no espera sino que éstos se duerman en el cumplimiento de sus manipulaciones
para obligarlos.
“Hagan una mafia para denunciar
fiscales y toda esa huevonada” (sic). Como esa frase telegráfica, tan confusa
como grosera, no había logrado tumbar al General Barrero en 2012, la revista
redactó su libelo de otra manera: amalgamó las conversaciones de Barrero
con el amargado coronel Robinson González, detenido en un centro de reclusión
militar, como si éstas hicieran parte de otro entramado: los delitos de
contratación en el Ejército, a sabiendas de que a Barrero no se le reprocha
nada en materia de contratación. En otras palabras: Semana quiso, con unos párrafos
tendenciosos, ponerle la etiqueta de corrupto al General Barrero, para hacerlo
caer. Barrero denunció esa manipulación de Semana en su comunicado del 16 de febrero.
Ese escándalo debió haber terminado
con las excusas. Fue Santos quien lo redimensionó. ¿Por qué? Desde un ángulo
humano, la tal frase tiene, además, un cierto sentido. La frase alude,
evoca, unos fiscales anónimos, es decir denuncia aquella capa de operadores
judiciales que son la vergüenza y la pesadilla de la justicia colombiana. La
frase iba contra ellos y no contra todos los fiscales, pues los hay muy
honorables. Iba contra unos funcionarios que han derribado el debido proceso,
que fabrican y escamotean pruebas, que compran testigos, sobre todo cuando el
justiciable es un militar. Algunos de esos fiscales han salido por eso de la
Fiscalía. Otros fueron a dar a la cárcel. Otros están en líos con la ley. Pero
hay otros que siguen allí, incrustados y haciéndole el más grande daño al país.
Más allá de su aspecto primario, la
frase criticable del General Barrero reflejaba algo muy cierto: que los
militares de Colombia están llegando a un nivel inaudito de saturación y de
cólera ante la pérdida del fuero militar, ante el maltrato que sufren a manos
del Estado que ellos protegen y, sobre todo, ante la acción subversiva de
ciertos fiscales, los principales promotores de lo que ellos ven, con razón,
como una guerra judicial piloteada por el terrorismo, sin que el poder central
haga nada contra eso. Y demuestra que los altos mandos desconfían del llamado
“proceso de paz” en La Habana. Antier, el General Barrero los interpretó a
todos cuando dijo que él esperaba que el Ejército de Colombia no sea
nunca “negociado ni en la mesa de La Habana ni en ninguna parte”.
El silencio del presidente Santos
ante estas angustias de los militares y policías de Colombia es algo que lo
hace indigno de ser reelegido. Esto ocurre cuando el control cubano de
Venezuela tambalea. ¿Por qué Santos, en lugar de reforzar la fuerza pública, la
única muralla de contención contra las Farc y el narco terrorismo, la hunde en
semejante incertidumbre?
Que tal guisote haya sido preparado
por Semana, la revista que defiende con ardor la
línea del actual gobierno -- hasta el punto de que muchos la ven como el órgano
de expresión del presidente Santos--, permite concluir que el ataque
contra la estabilidad del alto mando militar vino del oficialismo más rancio.
¿Cómo pueden las Fuerzas Militares, en esas condiciones de inseguridad moral,
psicológica e institucional, combatir con éxito las bandas armadas del
castro-chavismo y echar abajo sus operaciones de toma del poder? ¿Con semejante
precedente cómo se sentirá la nueva cúpula militar designada por Santos?
Esta crisis confirma algo que ya
sabíamos: que en La Habana Santos no está negociando nada. Lo que sale de Cuba
es otra cosa: que las partes ya están realizando lo que presentan como reformas
futuras “del postconflicto”. Santos está dirigiendo, desde ya, un
reordenamiento capitulador del Estado. No es algo que él y las Farc harán más
tarde. Lo están haciendo ya. Sin que nadie haya conocido esos pactos ni
aprobado nada. Examine el lector los textos que han lanzado los
“plenipotenciarios”. Leyéndolos desde ese ángulo aparece la coherencia de lo
que está ocurriendo. Las “partes” se han comprometido a hacer ya mismo estas
cosas, sin decirle nada al pueblo, burlándose de su credulidad y de sus
inmensos anhelos de paz.
Ese temor penetra ya hasta los
círculos santistas. John Marulanda, un perspicaz analista, saludaba ayer la
brutal decisión de Santos. El cree ver en eso un acto de “limpieza necesaria
que fortifica aún más a la institución”. Sin embargo, con cierto realismo tuvo
que ir al fondo del asunto y concluyó: “Ojalá este sometimiento no sea excusa
para un futuro desmantelamiento de nuestro Ejército Nacional. Algo que no se
sabe si se está negociando en La Habana, Cuba”. El temor es evidente en esa
frase, solo que esa concesión a las Farc ya comenzó. Y la están
implementando a golpes pero sin que nadie vea la maniobra. Para eso sirve la
propaganda. Para eso sirve Semana.
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