Autor: Alfredo Rangel
Fuente: Semana
Fecha: 18/11/2012
Fuente: Semana
Fecha: 18/11/2012
El resultado es una diferencia abismal entre las visiones que tienen las dos partes sobre la agenda, los procedimientos, la duración y el resultado de los diálogos de paz, diferencia irremediable que garantiza su fracaso.
Los diálogos de paz que se inician esta semana en La Habana no tienen la mínima posibilidad de éxito. Por dos razones: de un lado, por la soberbia y las exageradas pretensiones de la guerrilla, que aún no ha tomado la decisión de abandonar la lucha armada, y, de otro lado, por la ingenuidad y el desconocimiento del pasado de los negociadores del Gobierno. El resultado es una diferencia abismal entre las visiones que tienen las dos partes sobre la agenda, los procedimientos, la duración y el resultado de los diálogos de paz, diferencia irremediable que garantiza su fracaso.
Sobre la agenda las diferencias son enormes y fueron evidentes al día siguiente de su anuncio, al final de la etapa exploratoria. Mientras para el Gobierno el temario se reduce a los cinco puntos contenidos en el documento firmado por las partes, para las FARC son esos cinco puntos más todos los problemas nacionales. Así lo señaló Timochenko al leer un documento del Secretariado del 15 de septiembre del 2012, en el que se ratifica que los principios generales contenidos en la agenda deberían ser “materializados en los acuerdos finales”. Después los voceros de la guerrilla afirmaron que todos los TLC deberían ser derogados, que hay que reducir el Ejército y el presupuesto militar y revisar la doctrina militar del Estado, que las FARC no tienen nada que ver con el narcotráfico, que todas las víctimas las produce el Estado y que ellos “no han hecho sufrir a nadie”, que no tienen secuestrados, que el Marco para la Paz es un “esperpento” y que nunca entregarán las armas, entre otras linduras. Todo esto lo ratificó Iván Márquez un mes después en Oslo ante el inexplicable asombro de los despistados voceros gubernamentales, como si por primera vez conocieran las posiciones de las FARC.
Por más que el Gobierno quiera ser flexible y que las FARC cedan en sus pretensiones, en estas condiciones no hay un punto intermedio aceptable para ambas partes. El país no tolerará ser negociado en la mesa con una guerrilla marginal que no representa a nadie, y un gobierno en trance de reelección no lo puede hacer ni lo va a intentar. Por su lado, las FARC han puesto su vara muy alto y reducir sus pretensiones a lo que es aceptable para el Gobierno les será imposible, so riesgo de provocar una catastrófica división en sus propias filas, y vocación de suicidas no tienen.
De otra parte, los procedimientos no son temas accesorios, son de fondo. Como en ocasiones anteriores –remember el Caguán–, las FARC están aprovechando los diálogos para fortalecerse política y militarmente. Con el solo anuncio de los diálogos ya obtuvieron gratis reconocimiento político, legitimidad como contraparte del Estado, visibilidad y protagonismo nacional e internacional. Sin contraprestación alguna. Ahora quieren unos diálogos abiertos, públicos y participativos, para seguir haciendo campaña política gratis, tratando de lavar su imagen y de hacer proselitismo a costa de la paz. El Gobierno quiere unos diálogos discretos y reservados a los voceros de ambas partes. Pero el principal asunto de procedimiento es cómo abordar la agenda, para lo cual primero hay que ponerse de acuerdo sobre cuál es la agenda, y ya vimos que el desacuerdo es insuperable.
Finalmente, la duración de los diálogos y su resultado. El Gobierno estima suficientes unos pocos meses, mientras las FARC pretenden unas conversaciones de muchos años. El Gobierno busca el fin del conflicto, la guerrilla pretende la revolución por decreto. Esto, claro, es derivado del qué y el cómo se negocia. Las diferencias no tienen remedio.
Es evidente que las FARC han incumplido el acuerdo inicial sobre la agenda y han pillado al Gobierno sorprendido y atolondrado. Hacia futuro el único plan B de Santos es buscar el mejor momento para romper los diálogos. Pero ¿por qué la soberbia y el cinismo de la guerrilla? Porque contra toda evidencia, ella cree que es victoriosa y que ha derrotado al Estado. Que la seguridad democrática la debilitó pero no la derrotó y que, por consiguiente, ahora ella es la que pone las condiciones. Lo grave es que el incremento de sus acciones violentas y su expansión territorial reciente, así como la reducción de la ofensiva militar del Estado y el desmonte de la seguridad democrática, la confirma en esta creencia.
Las FARC sólo negociarán en serio y con sensatez cuando hayan sido debilitadas al extremo. Y todavía falta mucho camino. Después del seguro fracaso de estos diálogos, y sin que ello dependa de la voluntad de nadie, volverá a tener de nuevo la palabra el camarada Mauser.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario