Lo que le parecía incompleto y escaso para
sancionar, cuando toca a la izquierda ya se le hace absurdo y medieval; lo que
aplicó sin que le despertara ninguna preocupación NI GENERARA NINGUNA PROTESTA,
hoy es cuestionable por ser derecho inquisitivo y premoderno, que él mismo
redactó. Tomado de Semana.com
El Fiscal que perdió los papeles
Por José Manuel Acevedo M.Ver más artículos de este autor
JOSÉ MANUEL ACEVEDO M. Nunca se fíen de aquellos que
presumen de progresistas en Colombia. En este país, desmemoriado y
calenturiento, abundan los ‘liberales godos’ y los incoherentes en general.
El fiscal
general de la Nación, Eduardo Montealegre, es uno de esos casos de dinamismo
extremo y oportunismo sin par. En los últimos días ha dicho que el sistema que
le dio vida a la Procuraduría es “premoderno, medieval e inquisitivo”. Sin
embargo, el exmagistrado y exabogado de Saludcoop –nada mal remunerado, por
cierto– omite con destreza capítulos de su vida como viceprocurador general en
el pasado reciente.
El hoy
fiscal Montealegre se rasga las vestiduras porque una autoridad administrativa
destituye e inhabilita a un político escogido por voto popular. Se aterra de la
falta de garantías del Ministerio Público y sostiene la tesis de que el
presidente de la República, cuando se trata de la destitución del alcalde mayor
de Bogotá, debe ser algo más que un simple ‘firmón’.
Lo que no
nos ha contado el ‘niño terrible’ de la justicia en Colombia es que mientras
ocupaba su cargo como viceprocurador vio pasar por su despacho más de 34
destituciones de autoridades elegidas por el pueblo –incluida la de la
exgobernadora Leonor Serrano– y nunca se quejó del procedimiento poco
garantista de la institución para la que trabajaba.
Resulta
todavía más increíble que Montealegre nos oculte que ese sistema “premoderno y
medieval” que opera hoy en la Procuraduría fue inspirado por él y su jefe,
Jaime Bernal Cuéllar, y continuado por otros dos ‘liberales’, Edgardo Maya y
Carlos Gómez Pavajeau.
Según
consta en algunas actas de la comisión primera del Senado de entonces, la
participación de Montealegre fue definitiva para la aprobación del Código Único
Disciplinario que le permitió a Alejandro Ordóñez destituir a Gustavo
Petro.
Es más:
Bernal Cuéllar y Montealegre, como su segundo a bordo, querían que el
procurador tuviera la facultad de inhabilitar a sus disciplinados hasta por 30
años y fue el Congreso –en el que tenían asiento Gustavo Petro y Antonio
Navarro– el que decidió bajar la sanción máxima a 20 años, por considerar la
propuesta inicial exagerada.
En una
nota periodística del 23 de junio de 1999, “la Procuraduría de Jaime Bernal
dice que la enumeración de las conductas que pueden ser constitutivas de falta
gravísima, es decir, que dan lugar a la destitución, es escasa y poco
aplicable”.
Fue así
como el catálogo de faltas se amplió, al incluir conductas que no
necesariamente son delitos sino errores administrativos, como aquellos en que
incurrió Petro y por los cuales recibió una sanción para muchos absurda, pero
legalmente válida.
Buena
parte de eso se le debe a Eduardo Montealegre, que unos años más tarde, en su
condición de magistrado de la Corte Constitucional, conoció varias demandas en
contra del ‘engendro’ del Código Disciplinario y no dijo nada porque cada
artículo le pareció razonable.
Tenían que
haber tumbado a Petro y tenía que haberlo hecho Alejandro Ordóñez para que de
repente le pareciera que todo andaba muy mal en el país.
El
desatado fiscal resolvió además inaugurar una nueva forma de oír a sus
investigados: no a través de un interrogatorio formal o una versión libre, sino
al calor de un rico café en su oficina, en medio de una conversación amable que
duró más de dos horas.
Después de
esa animada reunión con Petro, Montealegre le dijo al país que en mes y medio
tendría resultados de su investigación penal en contra del alcalde.
El fiscal
perdió los papeles y, de paso, toda su respetabilidad. Podría ahorrarse las
semanas que le quedan para ‘revelarnos’ lo que todos ya sabemos: que le
precluirá la investigación a Petro para que pueda acudir con ese trofeo al
sistema interamericano de derechos humanos. ¡Vaya fiscal!
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