N de la R:
Resulta interesante analizar este comunicado de las farc, en el
que dicen verdades que el gobierno se niega a reconocer, al mismo tiempo que
cuestionan algunas posiciones y acciones del presidente Santos, que todos
conocemos pero que la clase política también pasa por alto para mantener sus
intereses.
Aunque no lo resalta mucho, la clasificación discriminatoria de
los asesinatos de las farc con incidencia en el proceso de paz, resulta
altamente cuestionable por el cinismo que comporta.
Comunicado
de las FARC
Sobre
proceso de paz: mitos y mitomanías
Las recientes
declaraciones de Juan Manuel Santos en Europa parecen más un delirio lleno de
jactancias innecesarias, que la expresión de una política coherente que brinde
garantías para adelantar el proceso de paz. No se puede distorsionar la
realidad creyendo que es correcto escalar la guerra como si no hubiese
conversaciones, o que se pueda adelantar un diálogo simulando que el país no
está sufriendo los estragos de la confrontación.
No
es sensato solazarse con la muerte, como lo está haciendo Santos en España, y
al mismo tiempo sabotear alocuciones conjuntas de reconciliación en La Habana,
porque la contraparte aseste golpes militares. No se puede mantener al país
incendiado y darle destino de carne de cañón a centenares de soldados humildes,
y al mismo tiempo amenazar con que si atentan contra una figura importante,
explotará el proceso en mil pedazos. Esta discriminación entre vidas que tienen
valor y otras que no lo tienen, porque simplemente no pertenecen a la clase de
los pudientes, es lo más repugnante que se le pueda escuchar aun mandatario que
pregona estar comprometido con la reconciliación del país.
Desde la
contraparte se ha hablado de los mitos del proceso de paz, utilizando el
concepto peyorativamente, en sentido de falsa creencia extendida; en la misma
línea podemos precisar que no
estamos en la Mesa de Diálogos como consecuencia de una presión militar y en el
camino del sometimiento. Este sería el primer mito a desmontar, porque
equivoca causas y rumbos.
La
paz es un propósito estratégico de las FARC y por eso estamos en La Habana.
Todos los eventos anteriores de diálogo han estado ceñidos a ese principio.
Por eso se equivocan Juan Manuel Santos y Felipe Gonzáles, creyendo que con una
concepción militarista, o con la exaltación de la criminal estrategia sionista
contra Palestina, vana convencer al mundo de que el terrorismo de Estado,
respaldado por el poder bélico del imperio, es la clave para alcanzar la
paz.
Vergüenza debiera
tener Santos de permitir sin recato alguno subordinarse a la CIA y
permitir un intervencionismo de potencias extranjeras en el conflicto interno
colombiano. Pues además de Estados Unidos, contra las FARC y el movimiento
popular, también actúan la inteligencia británica, la misma España de Felipe
Gonzáles, e Israel. Es inadmisible que el gobierno colombiano reconozca con
tontivano orgullo que desde el Comando Sur se dirige la guerra
contrainsurgente, pues es eso lo que significa la presencia de la tecnología de
la Agencia Nacional de Seguridad, NSA, y el gasto de 9.000 millones de dólares,
que fuera de lo que costó el Plan Colombia, es lo que han invertido en la
ejecución de bombardeos cobardes contra los campamentos de las FARC.
El segundo mito del gobierno es creer que la agenda de
paz se puede interpretar sin atender al preámbulo, que es el espíritu del
Acuerdo General de La Habana. Tan importante es este que de él
deriva el necesario compromiso de discutir aspectos nodales como la política
económica y los graves problemas de miseria urbana y exclusión política.
Las FARC tienen
unidad y coherencia entre lo que dicen públicamente y lo que hacen en cada
escenario, incluyendo el de la mesa de conversaciones; por eso el tercer mito
es pensar que nuestro discurso ante los medios es solo retórica y engaño de
galerías. Las propuestas de cambio social que el pueblo agita en las calles,
son banderas nuestras que no arriaremos en el escenario del diálogo.
El cuarto mito es creer que en Colombia hay una democracia
y que los representantes del establecimiento son sus defensores.
Lo que existe realmente es
terrorismo de Estado, y por ello, nuestros planteamientos por fortalecer
la participación política popular y establecer la verdadera democracia, no son
devaneos o distracciones. Nuestros argumentos en defensa de las mayorías van en
serio, de lo que se desprende, que no cesaremos en insistir en resolver los
problemas esenciales que han causado la miseria y la desigualdad. Por eso
coincidimos con Juan Manuel Santos, en que los acuerdos parciales hasta ahora
logrados, son casi nada. Es obvio que lo fundamental está por debatirse.
Nunca el gobierno ha pactado con las FARC dejar por fuera
de discusión el asunto de las Fuerzas Armadas, su
gigantismo y su doctrina. Así, el quinto mito, es creer que se puede llegar a la paz sin la
desmilitarización de la sociedad y el Estado y manteniendo vigentes
factores inhumanos como la Doctrina de la Seguridad Nacional, la concepción del
enemigo interno y el paramilitarismo.
Por otro lado, es
impensable que en un proceso, como el que adelantamos, se pueda pasar por alto
que es necesario devolverle la función social a la propiedad. De ahí que el sexto mito es ilusionarse con
que la paz estable y duradera podría ser posible sin acabar el latifundio y sin
frenar la extranjerización de la tierra.
Es importante
tener en cuenta que el país no está conforme con las informaciones fragmentadas
y parciales que se dan sobre los resultados del proceso. Como está señalado en la agenda
las partes solo pactaron mantener confidencialidad sobre los debates internos,
pero no sobre las conclusiones. Entonces el séptimo mito es confundir confidencialidad con
secretismo, pensar que las salidas a la guerra se pueden buscar a
espaldas de la ciudadanía, y que luego un mecanismo de refrendación que
requiere de la plena participación del soberano, se puede imponer
unilateralmente restringiéndola a los términos de una consulta recortada y
desinformada.
El octavo mito es pensar, que en un escenario de décadas
de guerra sucia institucional, el Estado puede ser juez y parte, y erigir de su
cuenta, normativas y mecanismos de transición, pensando,
además, que en un proceso que debe favorecer a las víctimas, se le puede hacer
el quite a la conformación de la Comisión de esclarecimiento de la verdad de la
historia del conflicto interno colombiano.
Nunca nos hemos
proclamado figuras angelicales, pero tampoco puede el régimen pretender que
somos el propio Belcebú y que las élites gobernantes constituyen una corte de
querubines celestiales. Es
un mito pensar que la insurgencia es la máxima responsable de los hechos de la
confrontación y que el Estado no está incurso en crímenes internacionales.
Recordamos que las FARC no han venido a La Habana a pactar impunidades. Debe quedar claro que, por
acción o por omisión, el Estado es el máximo responsable. De nada les
valdría mantener esa tendencia morbosa a desfigurar la realidad.
Finalmente, es un
hecho que sin reforma rural integral y sin participación política, es decir, sin
fundar elementos esenciales para la democracia, no se podría concertar y
construir la paz. Pero esta búsqueda en La Habana no es tan sencilla, porque
acá no se trata de un asunto de repartición de “mermelada”. Las FARC no tienen
delegados que se compran o se vendan y por eso se requieren argumentos,
políticas, sensatez, y verdadera voluntad de cambio y reconciliación.
No nos resignamos
a que mientras se desarrollan los diálogos tengamos que contemplar la
persecución, la criminalización y la muerte de muchos dirigentes populares y de
oposición, y que tengamos que observar, especialmente, la fragilidad de las
garantías que se nos ofrecen para la Participación Política. Ser testigos de la
forma como se reparten los recursos públicos como “mermelada” corruptora, para
alinear parlamentarios, magistrados, funcionarios y jefes de colectividades
políticas, de una forma tan descarada, nos mueve el espíritu para decir que esa
no es la “democracia” que queremos y que estamos buscando.
Desde La Habana
hacemos un llamamiento a abrir un debate sobre estos imperdonables asuntos de
la vida nacional. Y llamamos también a hacer valer el inmenso deseo de paz que
palpita en el corazón de Colombia. La paz no es pertenencia de partidos,
mandatarios o personalidades; la paz es un bien supremo que pertenece a
todos.
DELEGACIÓN
DE PAZ DE LAS FARC-EP