jueves, 4 de noviembre de 2010

La Opinión del día

Los tigres de papel

En Colombia es común analizar la guerra tras los escritorios. Los expertos creen conocerlo todo, excepto la experiencia de quienes enfrentan la crudeza del conflicto en el campo de combate.

Por César Castaño

A raíz del repudiable atentado terrorista cometido, por las Farc contra el coronel Édgar Javier García Nieto, comandante del Batallón de Ingenieros 27, en Puerto Asís, escuché en un programa de opinión a un reconocido analista, un académico que, al ser preguntado por un periodista sobre el hecho, comentó que el oficial había muerto por exceso de confianza y falta de aplicación de medidas de inteligencia.

La ligereza con que se refirió al tema este experto hace pensar que en el país abundan los tigres de papel, analistas de escritorio que sin jamás haber pisado un área de combate, desarrollan rigurosos estudios sobre el quehacer militar. 

Para algunos de ellos, Colombia es una especie de extensa gramilla sobre la cual patrullan cómodamente los soldados, esos mismos que por “descuido” permiten que los hieran o asesinen.

Vale decir que estos “analistas” se han formado en prestigiosas universidades y especializado en el exterior, sus ingresos les permiten vivir seguros en las ciudades, aferrados a no pocas comodidades, protegidos por trincheras que se alzan tras cómodos escritorios y modernos teclados.

 Entre ellos los hay quienes se atreven a ser temerarios, que se internan en el Country Club o en Los Lagartos, quizá para recrear la sensación de caminar por selvas y montañas. Igual que los militares, los “expertos” enfrentan cada día difíciles decisiones, como aquel instante en que deben seleccionar el vino que acompañará un exquisito platillo, una circunstancia nada comparable con las frías raciones de campaña que deben comer los soldados cuando están en áreas difíciles.

Por lo general son invitados obligados a actos sociales, lo cual les garantiza aparecer en retocadas fotografías en las páginas de periódicos y revistas, siempre luciendo esa tímida sonrisa que les ayuda a reforzar una pose intelectual. Su fama es tal, que son invitados, generalmente los mismos tres o cuatro, como panelistas en programas de opinión. Dirigen además conversatorios sobre la guerra, planean foros y encuentros, pero además han descubierto en sus “conocimientos” una excelente fuente de ingresos, constituyendo fundaciones para estudiar el conflicto.

La verdad no se puede descalificar de lleno a un experto pues, al igual que tantos otros, ellos han convertido la guerra en un negocio lucrativo. Sin embargo, guardo serias reservas sobre el valor de esas sesudas apreciaciones que aparecen a diario en los medios. Reconozco que el estudio de la guerra es necesario, pero ojalá este vaya acompañado del conocimiento de esas “peculiaridades” que ella encierra, algo muy común en otros países, donde los analistas son generalmente veteranos de guerra e incluso ex guerrilleros, claro está, con la debida formación académica.

Esta reflexión no es una crítica a quienes desde el ámbito civil abordan estos temas, pero sí un llamado de atención para que más allá de teorías y ligeras apreciaciones, conozcan de primera mano todas aquellas situaciones que enfrentan los soldados en las zonas de combate.

Ojala los analistas que tanto saben del conflicto supieran qué es caminar de noche en el monte, pensando en dar el siguiente paso cuidadosamente, para evitar accionar una mina o caer a un abismo. Ojalá conocieran que se siente al recibir, en la selva, una noticia sobre la muerte de uno de los padres o el nacimiento de un hijo, sin poder tomar contacto con los suyos. Ojalá esos expertos de mirada adusta y amplio recorrido académico comprendieran qué pasa por la mente de un soldado cuando enfrenta a un grupo armado ilegal que en medio de un nutrido fuego, toma como escudo a una familia o a los pequeños alumnos de una escuela.

 Ojalá nuestros analistas, cuando estén elaborando sus frías estadísticas, entendieran lo que siente un militar al ver caer sin vida a un compañero, o peor aún, cuando se ven enfrentados a la impotencia que provoca una lenta agonía en un alejado paraje. Ojalá los expertos conocieran todas esas realidades que esquivan en sus análisis, pues generalmente escriben fríos y calculados artículos que pretenden “orientar” la opinión de sus extraviados admiradores.

No necesariamente un analista del conflicto debe tener experiencia militar para ejercer su oficio, pero ojalá aprendieran de las enseñanzas de hombres como el coronel de ingenieros Édgar García. Este valioso soldado asesinado por las Farc, casado y padre de cuatro niños, en 21 años de servicio se formó académicamente como pocos. Su conocimiento del país le permitió interactuar con autoridades civiles y pobladores, honrando siempre su uniforme y promoviendo el respeto por los derechos humanos, un perfil que, seguramente, causaba gran molestia al grupo terrorista que lo asesinó. El oficial contaba con una amplia experiencia profesional, producto de enfrentar cada día nuevas batallas, bien con las ideas, bien con las armas. 

Son estos los soldados que, en ocasiones y sin contemplación, critican los expertos. Tigres de papel que sugieren permanentemente a la opinión pública, qué deben pensar sobre el conflicto. Ellos en el fondo saben, con contadas excepciones, que en algún momento de sus vidas se enfrentaron a una comprensible cobardía, pues rehusaron aprender por experiencia propia las lides militares, aunque dirán que en estos casos, los de la guerra, es mejor vivir de ella y de paso, por aquello de la supervivencia, echar mano de la experiencia ajena, que en el caso del coronel García sólo se puede entender en una palabra, aquella que los versados en complejas teorías de la guerra desconocen: heroísmo.

*Historiador militar


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