¿Por qué, señor Presidente, por qué..?
Por Fernando Londoño Hoyos
Junio 05 de 2012
Mucho disfrutó el presidente Santos los computadores de “Jojoy”. Cada vez que se sintió corto de tema en un discurso, lo que le ocurre con alguna frecuencia, o cada vez que quería engalanar el que pronunciaba con alguna revelación imprevista, sin vacilar nos daba cuenta de algún contenido especial de esas páginas electrónicas. ¿Por qué siendo tan adicto a esas lecturas, nunca nos hizo saber que el autor de ellas había ordenado nuestra muerte?
Es cierto que sabíamos desde hacía años que nuestro nombre y nuestra sentencia recorrían los computadores de tan detestables sujetos. Cuando logró escapar con vida de un ataque militar un tal “Lozada”, nos corrieron traslado del documento en el que presentaba nuestra biografía, daba cuenta del estudio de nuestros movimientos, y del lugar y el sitio en que debíamos morir acribillados. De igual manera fuimos advertidos de otros computadores, o por lo menos uno de ellos, con parejo contenido. Pero del computador de “Jojoy” nunca se nos hizo mención, y saberlo no solo habría actualizado nuestras preocupaciones, sino que las habría hecho más rigurosas. ¿Por qué, señor Presidente, no nos dijo nada sobre un documento en el que nuestra vida quedaba condenada?
No vamos a incurrir en la bajeza de asegurar que si nuestro esquema de seguridad hubiera sido advertido, su comportamiento fuera otro, que los dos escoltas sacrificados estarían con vida y que no estaríamos soportando los padecimientos que soportamos. Todo eso se pierde en un “tal vez” con el que no es legítimo escribir la historia ni levantar acusaciones. La nuestra se contrae a decirle que no nos jugó limpio, señor Presidente, y que ha debido ser leal con quienes corríamos peligro y transparente en su actuación como Mandatario.
Santos, Naranjo y la canciller Holguín. Al fondo, Sergio Jaramillo. Todos le ocultaron a Fernando Londoño el gravísimo peligro que se cernía sobre él
Hemos venido a saber, por la misma imprevista vía de noticieros que gozan del favor suyo, que los hijos del presidente Uribe, los del Vicepresidente Francisco Santos, y los míos, se habían convertido en objetivo de estos canallas. Le podemos asegurar, Presidente, que si nos llegara noticia parecida sobre sus hijos, no nos la guardaríamos, como usted lo hizo.
¿Por qué obró de manera tan vil ante la vida de jóvenes que no tienen por qué figurar en la lista de sus odios? ¿Por qué?
Cuando se produjo el fatídico atentado, para nadie era un secreto que debía atribuirse a las Farc. Solamente para usted y para su Director de la Policía, el General Naranjo, correspondía absolver a quienes nos amenazaban desde hacía diez años, y comprometer a un grupo desconocido y misterioso, una tal extrema derecha, que se guardó bien en decir dónde está, quiénes la forman y por qué querrían matarnos. Llegó su osadía hasta el punto de hacernos regañar por el general Naranjo, en público, cuando hubiera sido tan eficaz haciéndolo en privado, por supuesto que agregando pruebas a su reprimenda.
Ese grupo misterioso sería el mismo que puso una bomba al monumento de Laureano Gómez, sin que sepamos, hasta ahora, una palabra más del atentado. ¿Por qué? ¿Por qué desviar una investigación obvia y perder en ella tiempo precioso, a la usanza de lo que se cumplió con los crímenes de Luis Carlos Galán y de Álvaro Gómez Hurtado? ¿Nos quería entretener 10 ó 15 años con una investigación fallida, para reemprender la ruta cuando del atentado que padecimos no quedara ni lejana memoria? ¿Por qué?
No podemos aceptar que la Seguridad del Estado no tuviera la más remota noticia de que las Farc hubieran traído desde laEta e Irán las bombas lapa, como tampoco que usted no se haga una pregunta sobre la proveniencia de esa técnica, y esos técnicos y esos explosivos, y si pudieran haber desembarcado en un avión procedente de Teherán. No olvide que usted tiene un nuevo amigo, el mejor de los suyos, que tiene nutrida correspondencia con esa gente. Algo podría preguntarle, nos parece. Pero ni una palabra sale de sus labios. ¿Por qué?
A algunos se puede engañar, por algún tiempo. Pero no a todos indefinidamente, señor Presidente.